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Mochileando por Chile. Día 8: Valparaiso

¡Por fin es fin de semana, calderer@s!

Tanto en la semana actual como en nuestra narración de aventuras por tierras chilenas.

Eso significa que nuestros queridos anfitriones quedaban liberados de sus quehaceres laborales y podíamos organizar una escapadita juntos para descubrir un poquito más de lo que Chile tiene para ofrecer. Y el destino que habíamos elegido era la increíble ciudad de VALPARAISO.

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Empinadas calles de Valparaiso.

En vez de intentar describiros las sensaciones que esta ciudad despiertan, utilizaré las palabras de alguien que supo utilizarlas con mucho más arte de lo que yo lo pueda hacer. Así es como Pablo Neruda describía a Valparaiso:

VALPARAÍSO,
qué disparate eres,
qué loco,
puerto loco,
qué cabeza con cerros,
desgreñada,
no acabas de peinarte,
nunca tuviste
tiempo de vestirte,
siempre
te sorprendió la vida,
te despertó la muerte en camisa[…]

Y es que la ciudad es así, disparatada, loca, desgreñada, pero cada una de las piezas que conforman su caos, son un pequeño tesoro.

Llegamos por la mañana después de tomar un autobús desde Santiago que duró unas dos horas y durante el cual pasamos por delante de algunas de las famosas grandes villas y viñedos del valle de Casablanca.

Lo primero que hicimos nada más llegar fue dirigirnos al hostel donde íbamos a alojarnos, un edificio antiguo de la ciudad, pintado de arriba a abajo con murales de la ciudad. Hasta el más mínimo objeto de la casa estaba decorado. El motivo de tal despliegue artístico es que justo bajo la casa hay un taller de pintura de uno de los dueños del hostel. Hasta las escaleras de entrada están decoradas representando uno de los muchos y antiquísimos ascensores que hay en la ciudad.

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Hostal Bellavista

Con una presentación así, nos quedamos encantados con el hostel. Lo que no sabíamos es que la cosa cambiaría a la hora de la ducha, pues el agua “caliente” era más bien, “no helada” (y después de todo el día andando en el frío eso se acusa!) y el único water que había en el hostel tenía la cisterna rota por lo que había que meter la mano dentro de la cisterna, (otra vez en agua helada) y tirar de un cablecito hasta que la cisterna se llenaba. ¡Qué rollo! La suerte es que esa misma mañana me había duchado, así que decidí que podía esperar dos días a la super ducha calentita del departamento de Santiago.

Nada más soltar las mochilas, comenzamos nuestro vagar por las siempre ascendientes calles de Valparaiso.

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Valparaiso

Nuestro primer paseo nos dejó sin aliento, por lo empinado de las cuestas, pero también por la increíble maraña de edificios de estilos, colores y alturas totalmente diferentes. Casas señoriales de madera junto a chabolas más grandes o más pequeñas hechas de cartón y sobre todo chapa. Chapas de mil colores, u oxidadas. Chapas en las paredes y en los tejados. Chapas recién convertidas en grafitti o enlacadas de algún colore brillante.

También los edificios de la calle principal son bastante eclécticos.

Una torre que parece un minarete de cualquier antigua mezquita española reconvertido en campanario de una iglesia junto a edificios de estilo neoclásico en un parque de palmeras.

Estaba ya bastante entrada la mañana, y se acercaba la hora de comer.

Nuestros anfitriones estaban decididos a llevarnos a comer chorrillana a un histórico casino social, el J. Cruz, donde se dice que se inventó la chorrillana.

¿Pero qué es eso de la chorrillana?

Desde luego, no lo más adecuado para comer si tienes que luego seguir subiendo cuestas y más cuestas, pero aún así ¡lo hicimos! Nos comimos dos generosas fuentes de este plato compuesto por una montaña de patatas fritas, con un guiso de cebolla revuelta con huevo, coronada por una carne en salsa guisada. ¡De infarto!

Mi error (se ve que no aprendo) fue que además de la cerveza Del Puerto, acompañé la chorrillana de …¡un terremoto! Por supuesto, casi  muero después subiendo cuestas, pero ¡habíamos venido a jugar! 😉

Por ahí nos dijeron luego que el J.Cruz no era ya la mejor chorrillana en Valparaiso, y que la calidad había bajado bastante, pero aún así, merece la pena la experiencia.

El local es de lo más pintoresco. Sólo una cosa en el menú (chorrillana), todas las mesas llenas de dedicatorias escritas por los visitantes, las paredes, puertas, muebles del local, forradas con fotografías tamaño carnet de los distintos parroquianos que ha tenido el local a lo largo de los años, y un guitarrista cantando canciones folclóricas de la ciudad a voz en grito hacen que comer allí sea una experiencia diferente y divertida.

¿Y qué es lo que hicimos después de llenarnos la barriga de chorrillana, cerveza y terremoto?

Pues seguir subiendo cuestas hasta llegar a la casa de Pablo Neruda, La Sebastiana.

No es nada barato visitar la casa, pero igual merece la pena aunque solo sea por aprender in situ un poquito más sobre este carismático personaje de la vida y la cultura chilenas. Situada en el Cerro Florida, destaca por la belleza de su construcción y su magnífica vista a la bahía del puerto. No se pueden hacer fotografías del interior de la casa pero sí de ventanas a fuera.

La visita se hace con una audio-guía incluida en el precio que te va guiando a través de las distintas habitaciones y pisos de la casa.

Aquí podeis leer el poema que Neruda le dedicó a esta casa.

Nuestros compañeros de viaje no entraron con nosotros, puesto que ellos ya habían visitado la casa con anterioridad, pero hicieron sus deberes visitando el centro de información turística que hay en el interior mismo del recinto de la casa, donde recabaron una valiosa información que nos permitiría planear la excursión del día siguiente.

Caía la tarde y nosotros seguíamos subiendo cerros, coronando miradores, y enamorandonos de Valparaiso un poquito más a cada paso que dábamos. Es como si estuviésemos en un Albaycin desenfadado, colorido y loco. Y de hecho, al igual que el granadino barrio, Valparaiso es también Patrimonio de la Humanidad. No solo la ciudad sino ¡también sus gentes!

La tarde se convirtió en noche y utilizamos el ascensor Concepción para bajar el cerro en el que nos encontrábamos y volver a la parte más baja de la ciudad.
Valparaiso cuenta con 15 ascensores repartidos por toda la ciudad, y construidos entre 1883 y 1916 que traqueteando suben y bajan incansables de los cerros. El ascensor Concepción es precisamente el más antiguo de ellos y en sus inicios funcionaba a vapor.

Y así, cargados de imágenes multicolores nos fuimos a cenar al famoso bar Cizanno, donde el servicio nos pareció tan lamentable que no dejamos ni propina (algo impensable en Chile), pero la comida nos encantó y el ambiente es insuperable. La gente que está cenando de repente se levanta y se pone a bailar la cueca o tangos, o cualquier música que esté tocando en ese momento la banda en directo. ¡Los chilenos si que saben vivir la noche!

Fue aquí donde probamos el caldillo de congrio, supuestamente, el plato favorito de Pablo Neruda, y también los ostiones a la parmesana, una especie de vieiras gratinadas al horno con crema parmesana. No tengo fotos pues no llevábamos ya la cámara encima. Lo cierto es que el caldillo de congrio nos reasentó el cuerpo a todos, y nos fuimos al hostel con el estómago caliente, y de esa forma fue más fácil sobrellevar el frío húmedo de Valparaiso y esperar a que llegara la mañana siguiente para continuar con nuestro viaje.

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Valparaiso
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Valparaiso

5 Comments

  1. Qué agustito estuvimos en la Joya del Pacífico! Si me permites, le pongo banda sonora a tu entrada http://www.youtube.com/watch?v=cDNpmvcV4Zw

  2. Sí que parece una ciudad loca!!

  3. Madre mía si que tiene una pinta de locura urbanística. Después de leer este episodio estoy cansada como si hubiera subido todas las cuestas yo misma. Increíble viaje

  4. Pingback: Mochileando por Chile. Día 11: Llegada a San Pedro de Atacama | El Caldero de Nimuë

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